Imagen de familia de los Etchemendy, arquetipo de los vascos de Nevada, recién acabada la Segunda Guerra Mundial. Parece que fue ayer (2017) cuando nuestro compañero Guillermo Tabernilla mantuvo una polémica a cuenta del mito del capitán Carranza y sus (supuestos) Basque code talkers. Durante aquel intercambio de comentarios hubo uno, y ya es decir, que fue especialmente desafortunado, más allá incluso de las descalificaciones personales hacia Guillermo, y fue el que hacía referencia a los hermanos Etchemendy de Nevada, que no tenían interés alguno para el polemista (a quien no citaremos), habida cuenta de que con ellos no se podía construir ningún mito, pues sus historias son absolutamente reales y hablan de la superación de los emigrantes en una tierra dura e inhóspita como pocas, ni tampoco sirven, al parecer, para sustentar políticas de memoria (entiéndase modo sarcasmo, porque para nosotros es todo lo contrario). Pero si una foto sirviese para resumir todo el proyecto en el que nos hemos dejado la piel los últimos cinco años de nuestra vida, es esta de los Etchemendy, a quienes dedicamos un artículo en nuestro blog “Ecos de dos guerras”. Todos fueron a la universidad, todos pasaron por el ROTC (oficiales de la reserva que se formaban en los College) y todos ellos tuvieron un destacado papel durante la Segunda Guerra Mundial, de la que pudieron no regresar perfectamente, pero lo hicieron. De Izquierda a derecha, León (que muestra aún las heridas en batalla), Michael y William. Tanto Leon como William fueron heridos en combate, el primero en el frente del Pacífico y el segundo en Europa, mientras que Michael fue uno de los mejores pilotos vascos que hayan volado jamás con los norteamericanos (y esto es mucho decir, pues hay muchos). Pilotó como instructor todos los cazas del arsenal de su país, sufriendo sendos accidentes, y terminó la guerra como mayor y jefe de escuadrilla, prolongando una excepcional carrera que le llevaría a Corea como jefe de grupo y después a ser coronel y jefe de la academia de la USAAF en la base de Lackland. Todos ellos eran euskaldunes y Michael, además, presumía de escribirlo. Es el mejor ejemplo de lo que se llama en los EEUU la generación del sacrificio, y en este caso la de la superación. Si algo hemos aprendido en estos últimos años es que la memoria no puede ser excluyente, como hemos demostrado siguiendo la trayectoria de nuestros niños de la guerra en la Carelia rusa con motivo del 80ª Aniversario de aquellos combates. Solamente el sectarismo excluye.