La masacre y destrucción de Manila en febrero de 1945, consecuencia del enconamiento y desesperación del ejército japonés, decidido a destruir a sangre y fuego la capital de Filipinas una vez que sus tropas se hicieron fuertes intramuros, es una historia muy conocida, pero en aquellas fechas las noticias de la guerra que se libraba en los más remotos confines del mundo llegaban con retardo a las colonias vascas del Oeste, donde todos tenían un primo del que acordarse. Ya había vascoamericanos de primera generación con el US Army que tuvieron ocasión de coincidir con este o aquel pariente durante la durísima campaña filipina, como la anécdota que contase Higinio Uriarte Zamacona, líder de las guerrillas de Negros, al ver aquel blindado yanqui bautizado como "Fighting Basques", pero otra cosa muy diferente era saber de aquellos horrendos crímenes de guerra, aunque se hurtasen los detalles. Cuando conocieron en Nampa (Idaho) el asesinato de José Arriola, su mujer y su hijo José Mari, sus numerosos parientes (tres hermanas del padre, dos en Nampa y otra en el Jordan Valley, más sobrinos y primos) se aprestaron a organizarles una misa en la iglesia de Saint Paul. Oficiaba el padre Harry T. Hayes. Descansen en paz, junto a muchos desgraciados que no llegaron a ver la liberación de Manila, arrasada hasta sus cimientos.