En la fría y brumosa mañana del 2 de noviembre de 1944 los soldados de la 28ª División abandonaron la seguridad de sus pozos de tirador para penetrar en el bosque de Hürtgen, pero, como dijo el mayor Ford, jefe del 1º Batallón del 109º Regimiento días antes de fallecer en Vossenack: “si alguien, desde el soldado hasta el comandante, dijese que conocía exactamente donde se encontraba era un maldito embustero”. El general Cota había dispuesto que no se hiciesen patrullas en el interior del bosque, con lo que no se sabía con exactitud el emplazamiento de los puntos de resistencia alemanes. Esa ausencia de información sería letal para la infantería estadounidense, que no conseguiría avances significativos y pagaría un alto precio en cinco días de combate: 1275 muertos, heridos y desaparecidos. El agotamiento y la desesperación hicieron mella en la moral de los hombres, que bautizaron aquel bosque como la fábrica de la muerte, lo que llamó la atención del mismísimo Ernest Hemingway, que se desplazó hasta allí desde su alojamiento en el parisino Hotel Ritz, donde se sumergía en sus habituales juergas de alcohol, dejando atrás a su amante y a la mismísima Marlene Dietrich, con la que nunca llegaría a acostarse. Una extraña pareja que llevaba así desde 1934, nada menos que diez años, un tiempo que el afamado escritor y periodista había invertido entre guerra y guerra, excesos mediante, ya fuese en Madrid, Teruel o Normandía. Ahora se encontraba siguiendo a su división favorita: la 4ª, que había llegado a Hürtgen para reforzar a la 28ª. De nuevo, un viaje al drama bélico en busca de material para otra novela y vuelta al Ritz a tiempo para perseguir faldas y emborracharse. Atrás quedaban los muertos que se había cobrado el bosque como tributo. Una historia de la que se cumplen ahora 78 años. Una escenografía de la Asociación Sancho de Beurko.